Para mi hijo Juan Francisco y para Edgar Rubio
¿Has visto a los clavadistas en "La Quebrada"?
Suben el risco ansiosos de alcanzar la cima
para luego mirar hacia el abismo
donde el mar es un dios oscuro e indomable,
una incógnita repetida como un bramido contra las rocas.
¿Qué buscan levantados y tensos como un arco presto a lanzar el arpón de sus morenos torsos?
¿Para quién, por el amor de quién se precipitan una y otra vez en el vacío?
Una misteriosa voluntad nunca satisfecha los eleva y los vuelve a lanzar a través del aire en el océano sin tiempo,
en esa herida abierta en el flanco de las rocas
como si el cosmos hubiera desgarrado ahí la materialidad de la tierra
y, apenas zambullidos, vuelven a salir, Sísifos del agua, a la superficie para emprender de nuevo el camino
mientras a sus espaldas, temerosos del dios, las falsas flores de las marquesinas,
los gritos del "trance",
las torres de los hoteles,
esa Babel del consuelo que Baal erigió junto a las playas,
acallan la pregunta del mar,
la voz del dios que continúa su bramido en las profundidades del risco.
Sólo los espectadores,
unos cuantos salidos del círculo infernal,
sobre las terrazas y las escaleras contemplamos el rito
como si en los clavadistas lo real recuperara su signo,
como si en ellos,
en la forma en la que levantan los brazos,
inclinan el torso y se lanzan el vacío
se materializara la experiencia de nuestras propias vidas
y expectantes aguardáramos una respuesta al misterio,
y yo me pregunto, en medio del tumulto,
¿si en cada clavado rememoran a Pedro
o acaso piensan en él cuando en la madrugada, sobre la barca, divisó al Señor en la orilla del Tiberiades y ciñéndose la piel de carnero se arrojó al mar?
Pero ellos están desnudos
y al erguirse en el risco dibujan la gran incógnita de la existencia que fue respuesta en Pedro.
Una y otra vez repiten el gesto
como esperando mirar un día al Señor junto a las rocas y ser acogidos en su desnudez;
¿o tal vez aguardan la mirada de Juan,
ese hijo de la vigilia, que en medio de la noche da en el blanco que todos buscaban y nadie veía?
No lo sé,
pero en ellos,
aún inmaduros como nosotros,
en ellos, que ávidos se lanzan día tras dia del árbol del risco en busca del dios
y al caer se hunden en el misterio sin encontrar reposo,
en ellos quiere dibujarse esa ternura de Pedro que era muestra de su amor.
Pero de sus gestos no emerge plenamente la ternura,
tensos ante el salto, temerosos de perderse, de extraviar la caída,
y una vez más vuelven a ascender con los oídos atentos a la resaca el dios
y una oscura esperanza que apunta ciegamente hacia el abismo.
Oh, Señor, tómala,
colócala en tu corazón,
consérvala junto a la plenitud que todavía no nos pertenece
y ahí, en el secreto de lo oculto que el bramido del mar aclama,
celebra el intento de los hombres por llegar a ti.
Tal vez de improviso,
en el océano al que se arrojan,
en ese ningún lado abierto en el risco,
se encuentra el sitio
donde la esperanza incomprensiblemente trasmuta el salto en ternura,
y las aguas y su orilla en ese hueco abierto donde la suma de los saltos se revela en el rostro de tu resurrección que nos acoge.
¿O no es verdad, Señor,
que al concluir el espectáculo,
en la sonrisa de los clavadistas
y la que nosotros les devolvemos desde la orilla,
existe ese rostro, atesorado desde siempre y aún desconocido por nosotros y ellos, de tu aparición?
Javier Sicilia